Por dentro
Se acomodó a la vida y por ello sabía que los que se quedan resultan más valientes que aquellos que deciden irse. Pero sí que tenían determinación estos que se iban, eso era innegable.
Aún con lo incómodo que le resultaba no llegar a ser una persona simpática, social, ese tipo de personas que se sienten como pez en el agua en el mundo que les ha tocado vivir, o al menos por periodos frecuentes en etapas diversas de la vida, había momentos dignos de atesorar; si bien la mayoría estaban relacionados con el conocimiento y el amor de madre.
Por el contrario y, muy a su pesar, su alcance en lo relativo a lo que se conoce como saber vivir la vida era limitado: funcionaba socialmente para el trabajo y las escasas interacciones familiares; lo primero porque de ello comía y lo segundo porque la sangre cuenta. Para lo demás le resultaba dificilísimo, altamente esforzado, seguir la corriente por la que te lleva la vida común o más bien quienes te rodean.
Podría pensarse que se trataba de autosuficiencia, incluso un sentimiento de superioridad. La realidad era, sin embargo, muy diferente: el hecho de no alcanzar a embonar en la estructura de la vida llegaba a ser una fuente de frecuentes tristezas, autorecriminaciones y fútiles esfuerzos que solo confirmaban el hecho objetivo de que estaba en el lugar equivocado.