Mi día en una sala de audiencias
Sin saberlo, ocupé un lugar detrás de la madre de la víctima.
Se trataba de una audiencia en la que el juez debía admitir o rechazar la solicitud de los acusadores en contra de un detenido para que este quedara vinculado a un proceso penal y así poder avanzar en sus investigaciones para confirmar (o no) su posible responsabilidad en en la muerte de su joven pareja sentimental quien fue muerta en forma violenta y previamente golpeada y violada.
El hecho delictivo que ahí se trató es un feminicidio.
El feminicidio es un delito que puede prestarse a múltiples interpretaciones y muy divergentes opiniones. La realidad, sin embargo, es que muchos países lo han venido adoptando en encuadres muy similares en America Latina, donde las muertes de mujeres son violentas en formas diversas y con características que hacen pensar que se les mata por “razones de género”, lo que se refuerza con el hecho de que en una tercera parte de los casos los victimarios resultan sus propios esposos o parejas sentimentales.
Celos, abuso y el intento por cualquier vía de dominación y de desprecio a la mujer, son el tipo de razones de género que se consideran en el feminicidio.
Apenas una o dos generaciones atrás estas violencias contra la mujer se toleraban en lo individual, en lo familiar y en lo social e incluso podría decirse que hasta se instaba a las mujeres a soportarlas por el “bien” de su matrimonio, por el “qué dirán”, por vergüenza o porque no era socialmente aceptable un divorcio o la situación de una mujer sola, o bien porque a muchas mujeres se les dejaba “incapacitadas” económicamente, al haber pasado del manto protector del hogar familiar al cobijo económico y sentimental de su pareja o esposo. Y aún hoy la sociedad todavía insta a las mujeres a seguir esta ruta. El problema es que, a veces, esta situación deja fuera a las mujeres del ejercicio de una independencia económica.
Volviendo a la audiencia, desde mi lugar de público en la segunda fila (justo atrás de quién después supe era la madre de la víctima) observé una escena digna de recrear en nuestra memoria social: salvo el imputado, las demás personas que participaban en el proceso eran mujeres, incluyendo a la jueza, la secretaria de sala, las fiscales e incluso la defensora pública.
La escena no podía retratar mejor la paradójica violencia que sistemáticamente están viviendo las mujeres en el mundo, incluso cuando la población, en número, está conformada por una proporción equilibrada de hombres y mujeres y, en algunas sociedades, con mayoría.