Me invade la esperanza
Fui la primera sorprendida esa tarde en la que caí en la cuenta de mi nuevo estado de ánimo.
Como una estudiosa y crítica de los medios, casi me había dejado vencer por la desazón respecto del conocimiento sesgado y las miles de trampas, limitaciones y distopias a la que nos ha reducido nuestro poca preparación para la época de la sobreinformación.
De hecho, bien pensado esta esperanza estaría incluso fuera del lugar porque caí en cuenta de ello en pleno segundo año de pandemia, en un entorno que debería ser más bien de desesperanza.
Pero igual, entre todo lo malo, esto sea la mejor consecuencia del encierro a nivel personal.
Se fue cociendo lentamente como un buen estofado. Finalmente saboreo deliciosamente el platillo final: estoy atestiguando un gran cambio, una revolución silenciosa protagonizada por una generación de la que me siento muy cerca no sólo porque tengo una hija de 19, sino porque también tengo sobrinas y sobrinos de la generación centennial.
Esa generación, que casi o nació con internet y redes sociales, me está permitiendo ver la materialización de algunos de mis deseos que creía, a veces, inalcanzables en una sociedad como la nuestra: vivir en libertad de pensamiento respecto de nuestra identidad, de nuestra expresión personal física, emocional y sexual; de nuestra forma de expresar lo que somos o lo que queremos ser sin temor a ser juzgados. Algo impensable en nuestra niñez y adolescencia en un entorno limitado por creencias e inercias sociales.
Ya hemos estado bastante enfocados en un problema tan cierto como mal asumido: los riesgos de la adicción a las formas digitales de interacción y los círculos de influencia que permean a las jóvenes generaciones. De lo cual, desde luego, nos hemos auto absuelto cómodamente, como si no tuviéramos vela en el entierro. Así somos lo adultos.
Y esta visión pesimista, adultocéntrica nos ha vuelto miopes: no vemos los demás aspectos, aquellos en los que niños y jóvenes, estos que se sienten bien apoyados para navegar de mejor manera en este mundo de sobreinformación, han salido fortalecidos.
Esos jóvenes que nos mueven el tapete con la demanda de un género neutro no sólo para hablar sino también para identificarse; cuando se permiten romper las reglas de lo que es para él o para ella; cuando están dispuestos, ansiosos de vivir una experiencia de vida fuera de nuestros esquemas, cuando ya no vale juzgar o ser juzgado por el cómo soy, qué quiero estudiar, cómo me expreso o qué significado le doy al concepto de ”éxito”; cuando la carrera loca y el sacrificio por el “triunfo” se sustituyen por el sentirse mejor, entonces creo que algo grande está pasando.
No sé qué consecuencia tendrá para las sociedades, no todo será positivo probablemente. Pero lo que sí es un hecho es que esta podría ser, es, será, la generación que se atrevió.